En humilde y agradecido Recuerdo de MONSEÑOR JOSE
DEMETRIO GIMENEZ MARISCAL
A un año de su partida a la CASA DEL PADRE CELESTIAL.
Cuán difícil resulta aproximarse al vuelo de altas dimensiones de los hombres de Dios, elegidos por El para sembrar campos del espíritu y de la tierra. Sin lugar a dudas, nuestro Padre Demetrio fue uno de ellos. Pastor signado por el Señor para trabajar su Viña en los territorios de la América Calchaquina. Una Viña cultivada hace cuatrocientos años por los que llamados por Cristo se lanzaron por mares, montañas y ríos para llegar a nuestros pagos viviendo soledades, olvidos, incomprensiones y hasta el martirio en aras del anuncio evangélico Entregado con girones de sus vidas a nuestros antepasados originarios. Misión que en la que con el andar de los tiempos continuaron trabajando heroicamente sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos alcanzando la actualidad.
Años atrás tuve la Gracia de Dios, el honor y la suerte de
recibir al entonces Padre Demetrio en el Museo Arqueológico Eric Boman de Santa
María, a mi cargo, en un día nuestro diario vivir. Recién llegado de España
entró acompañado de sus hermanos agustinos residentes en la Parroquia lugareña.
Un joven sacerdote en el que pude percibir una personalidad plena, dueña de un
profundo y conmovedor silencio interior. Una personalidad que mucho más allá de
sus Títulos Académicos que destacaron sus hermanos sacerdotes, evidenciaba sus anhelos
de alcanzar la voz, la vida, la historia, el canto, las alegrías, sufrimientos,
postergaciones con esperanzas de nuestros pueblos del valle y la montaña. Un
ser ansioso por conocernos y amarnos.
Luego de la presentación sus hermanos frailes se retiraron a
sus tareas pastorales. Quedamos solos. Recuerdo que eran las 8 de la mañana. Un
encuentro para mi Providencial. Me comentó de una grave enfermedad sufrida en
su Patria que le impidió venir a América años atrás. Superado milagrosamente este
trance, pudo vivir la realidad tan ansiada: llegar a tierras de la Prelatura como
misionero agustino.
Seguidamente me dijo algo que sentí me paralizó:” Quisiera
que me posibilite escuchar sus relatos para iniciar con ellos aprendizajes y
búsquedas que me lleven a comprender y a traducir la vida de su gente, como un
servidor que viene de otros pagos para ser uno más de ustedes. Quiero ser
compañía en el camino”. Sintiéndome un carenciado guía ante su pedido lo invité
a recorrer la sala de Exposición y Depósitos del Museo. Oportunidad en la que
pude entregarle todo lo que conocía por experiencia y estudios protagonizados a
lo largo de mi vida y actividades ligadas a la arqueología, etnohistoria,
antropología y docencia regional. Aquel primer encuentro con el Padre Demetrio
se extendió unas cinco horas. De ser alguien que guiaba su visita pasé a ser alguien
que aprendía de una profunda sabiduría acumulada en el silencio, de un
auténtico filósofo y de sus asombros por el hombre y su cultura. Posteriormente
protagonizamos muchos encuentros más de este tipo. No pasó mucho tiempo y el
Padre nos sorprendió gratamente con una obra de su autoría que tituló: 30 Años
de Presencia Agustiniana, referida a la Misión de la Orden en nuestra tierra.
Una magnífica investigación que no sólo se refería a ella, sino también a los
contextos históricos precolombinos y al andar de la Iglesia Calchaquí antes de
la llegada de la Misión Agustiniana.
Era todo un lujo y un privilegio escuchar sus homilías.
Participar de los Grupos Parroquiales que asesoraba en las Capillas a su cargo
y en la misma Iglesia Central de Santa María. Motorizó con, paciencia y
dedicación constante la construcción de Capillas, mejorando las ya edificadas, con
salones para Catequesis y Actividades Culturales de las comunidades aledañas a
la pequeña ciudad de Santamariana. En su andar cruzó y acompañó muchas vidas
bebiendo sus alegrías y penas desoladas. Extraordinario amigo de los jóvenes
que cariñosamente lo apodaban Papi. Nunca dejó a nadie solo, en sus dramas e
inquietudes por crecer.
En la construcción de los Proyectos Pastorales no escatimaba
esfuerzos en beneficio de las comunidades y de personas solas frente a la vida.
Para él un Proyecto Pastoral que auxiliaba a tan solo uno, se justificaba
plenamente.
Con el apoyo de ADVENIAT de Alemania que gestionó contando
con la anuencia de Monseñor Cipriano (entonces nuestro Obispo), fundó la
Escuela de Teología y Ciencias Religiosas de la Prelatura. Le dio carácter Itinerante.
Funcionó en Cafayate y Santa María y aún presta sus servicios por Gracia de
Dios y continuidad de ayuda de Alemania
No dudó en compartir sus contactos Académicos del Mundo de la Cultura
auspiciando la llegada a esta Institución de renombrados Catedráticos: Teólogos,
Filósofos, Psicólogos ,Pedagogos ,Historiadores, que dictaron clases
magistrales en el mundo de los laicos
lugareños, fieles en general, docentes, jóvenes, sacerdotes, Religiosos y
religiosas, gente de la política , la medicina y la cultura de la región. Más su propuesta no
se quedó arrobada en aquel mundo Académico venido de lejos procedentes de altas
Casas Universitarias, abrió también las puertas para que también accedieran a
esta Escuela Conferencistas, Expositores e Investigadores lugareños. Su
inquietud era que tanto unos como otros, con la participación de los asistentes
inscriptos, protagonicen una integración capaz de compartir fraternalmente
reflexiones, aprendizajes y espiritualidad cristiana.
Un día fue trasladado a Buenos Aires. Lo requerían como
Superior de la Orden de San Agustín de Argentina y Uruguay y como Párroco en
aquellas latitudes. Allí acudió como hombre de obediencia, dándose tiempo para
desempeñar servicios docentes en la Universidad Católica Argentina. Después de
unos diez años pudo regresar a los Valles del Calchaquí que tanto amaba como
sacerdote ayudante en la Parroquia de Santa María y Representante Legal del
Colegio de San Agustín. En torno a esta tarea pude acompañarlo un breve tiempo en
los inicios de un sueño ansiado por él junto al personal directivo y docente
del Colegio: la creación de un Museo Escolar que no alcanzó a concretarse en
sus etapas necesarias. Fue designado Obispo de la Prelatura.
La noticia nos hizo vivir alegrías del Cielo a lo largo y
ancho de la Prelatura. Aún resuenan en mis oídos las exclamaciones y aplausos
del pueblo fiel en su ordenación episcopal. Miles de presentes entusiastas
recibían la fuerza espiritual de su mensaje, sintiendo que hablaba la voz de
los carenciados, de los que nada o poco tienen. Los aplausos constantemente lo
interrumpían con gozosa y renovada esperanza para seguir viviendo en una tierra
a cultivar, con sus animales y un ambiente sin contaminaciones. Era el corazón
de un Obispo que latía al unísono con su pueblo, una sístole y diástole del
espíritu que no dejaba a nadie afuera. En él estábamos todos, sintiendo que era
posible vivir la realidad de una frase que afirmaba que nadie es tan pobre que
no tenga algo para dar, ni tan rico que no tenga algo que pedir.
Después de su Ordenación Episcopal nos convocó a vivir un
Sínodo Diocesano. La tarea nos ocupó días, semanas y meses. Cuando las
realidades y el cansancio nos agobiaban, surgía su auxilio esperanzador para
sacarnos del paso. Fue en estas circunstancias en las que nos sorprendió
gratamente con su iniciativa de gestionar una Sede de la Universidad Católica de
Salta, con Carreras Distancia para los jóvenes de la Prelatura. Conformó un
equipo de trabajo compartido con el Padre Flavio y la Prof. Lis Yael Quiroga
creando una red de gestiones entre la Prelatura y la Universidad hasta llegar a
firmar un Convenio de mutua cooperación Institucional. Iniciando con premura el
funcionamiento de una Sede a Distancia a distancia en el Colegio de María de la
Prelatura en Cafayate. Pasado los primeros cuatro años renovó el Convenio por
otros cuatro años. Pero no sólo fue
aquello. Para apoyar a jóvenes de escasos y hasta nulos recursos económicos les
otorgó becas a lo largo del cursado de sus Carreras.
Pasó el tiempo y pudimos sentir y comprobar que en esta Viña
Calchaquina y Antofagasteña nuestro Obispo y Pastor se transformaba con el paso
de los días y pocos años que transcurrían el mismo en una Viña más de los
Cerros y los Valles, de los pueblos más alejados, de los puestos de pastores en
las soledades inconmensurables, que albergan un rancho solitario, como así
también en los centros poblados. Una Viña frondosa, generosas y piadosa que
producía abundantes frutos para todos sus hermanos sin distinción de
condiciones, credos, ideas políticas. Frutos para sus hermanos en el
sacerdocio, sean religiosos o del clero diocesano, religiosas y laicos. Las
coplas vallistas resonaban con fuerza y alegría en las celebraciones
eclesiales. Era Demetrio de todos palpitando al unísono, la construcción de la
civilización del amor vallisto y serrano fraternalmente unidos. Era el Demetrio
de todos denunciando el flagelo de la droga. Denunciando sin violencias
estériles las injusticias sociales, proponiendo a la vez metas y objetivos de
vida superadores, defendiendo la vida desde su concepción, el derecho de
propiedad de la tierra de los postergados y originarios. Proponiendo al mundo
de la política, que los fondos distribuidos para las campañas sean utilizados
en obras necesarias e imprescindibles para el pueblo, como la salud y la
educación. Era Demetrio el incansable constructor de Proyectos y realizaciones
esperanzadoras desde y con el pueblo y sus hermanos sacerdotes y religiosas.
Así transcurría su andar poblando los días soñando las noches. Más un día fatal
apareció nuevamente la enfermedad cruel y despiadada que degrada los cuerpos y
ensombrece humanamente el alma. No obstante acudió con aguerrida decisión a
buscar alivio para su mal en Buenos Aires. En el silencio de su templo interior
se entregó heroicamente a la voluntad de Dios. No quiso que su dramática
situación sea ocultada de su pueblo porque con él, cargándolo como un yugo,
decidió continuar viviendo hasta que se lo permita el Señor. Enfermo volvió a
Cafayate para asistir a la Clausura del Año Jubilar por él abierto. Rezó, lloró
y cantó con su gente y con la mansedumbre de los Santos. Regresó a Buenos Aires
donde falleció hace un año. Yo estoy seguro que en sus pupilas con el
último suspiro se llevó grabada la imagen de su pueblo que tanto amó, cuando la
estocada de la muerte lo hizo caer en brazos de nuestra Madre del Rosario y en
los brazos de su tan amada mamá terrenal para reposar en el Reino del Señor.
Por todo ello quiero decirle a título de despedida y de encuentro:
Hay una Viña en los Valles Calchaquíes y de Antofagata que
podó el Señor en sus Sagrados Designios, una Viña que amorosamente nos cobijó y
nos dio todos sus frutos con generosidad sin guardar nada para Sí. Hay una Viña
en los Valles, montañas y cerros que en nuestro silencio Coya aún lloramos. Una
Viña que sin alardes nos entregó el acero toledano de su tan sufrida
espiritualidad. Una Viña que supo alegrar sus agotadoras jornadas
evangelizadoras en el canto de las coplas. Hay cepas de esa Viña en nuestro ser.
Que el Señor derrame abundantes lluvias de su Gracia para que logremos fructificar
como viñedo calchaquino siguiendo el testimonio de vida que nos legó nuestro
querido amado y siempre recordado Demetrio.
OBISPO DE TODOS
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